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Nada había cambiado.

Ver como las viejas paredes se van cayendo con las lluvias de cada invierno. Ver como se deterioran los luminosos corredores, con los cristales desparramados por el suelo, le produce un dolor profundo, melancólico, como si la decadencia del edificio marcase la suya propia. Sigue con el paso ligero, la mirada digna, su vestido bien compuesto y el collar de perlas que le había regalado su marido; que en paz descanse; en el viaje a Mallorca.

Camina por las viejas galerías, apresurando el paso como si fuese a llegar tarde a dar la clase de historia. Sabe perfectamente que no hay niños en las aulas, no está loca, pero siente una extraña prisa que la impulsa a recorrer los pasillos. Cada vez que se retrasa un solo minuto, Mateo revoluciona a todos los compañeros y cuando abre la puerta del aula todo es un caos de libros, papeles y griterío y despues le cuesta unos minutos poner un poco de orden para que pueda empezar la lección.

No se explica por que ha entrado de nuevo aquí. Cada día pasa por delante del colegio para ir a casa de su amiga Rosario y nunca se le había ocurrido una idea tan peregrina. Sencillamente vio la puerta principal entreabierta y entró como si el tiempo no hubiese pasado.

Hace unas semanas un par de operarios subieron a primera hora de la mañana y colocaron en el bacón de la segunda planta el aviso del derribo y del inminente comienzo de las obras del nuevo negocio.

El nombre de la empresa propietaria relucía en el cartel, contrastando con las viejas paredes: "Hoteles Castor. Hoteles para su confort. Próxima construcción" Nadie sabia para que demonios un pueblo pequeño necesitaba otro hotel, pero segun parece, uno de los concejales y su cuñada estaban dispuestos a poner la pequeña villa en el mapa del turismo rural y entrar de una vez en la linea del progreso.

Al torcer por el pasillo que llevaba al despacho de dirección, mezclada entre algunos cascotes, vio la fotografía de la ultima promoción de estudiantes. Curso del 95.

El interior olía a polvo, a humedad a abandono. Su cabeza le podía jugar una mala pasada haciéndole revivir un tiempo que ya no era el suyo, pero el olfato se encargaba de romper el espejismo. Abrió la puerta de 4ºB con ímpetu. El espacio estaba intacto, incluso el olor a cola Pelikan y goma de borrar aún se palpaban en el aire. Caminó por entre los pupitres, pasándoles por encima las yemas de los dedos. Como acariciando descuidadamente la superficie, mientras avanzaba hacia la pizarra. A cada paso sentía como esa especie de ansiedad que tanto la incomodaba, iba desapareciendo, se iba disipando. De repente la calma, una calma que le venía de lo más hondo. Las palabras fluyeron con naturalidad entre sus labios, mientras miraba por encima de las cabezas, si todos estaban sentados en su sitio y con los libros abiertos. Atentos! Niñooos! Atentos porque esto es pregunta segura para el exámen de mañana y se están jugando el trimestre.

Los obreros esperaban en el patio, ya era media mañana, apretaba el calor y nadie se atrevía a dar el primer mazazo, nadie se atrevía ni siquiera a entrar. Juan, el capataz, y otras personas habían intentado hablar con ella. Primero con dulzura, porque había sido su maestra cuando eran chavales. Le intentaron hacer comprender que aquella no era vida, que tenia que entrar en razón, que había gente que cuidaría de ella y que así no podía seguir. Pero todo había sido inútil, no atendía a razones, solo le preocupaba llegar a tiempo para dar la clase de historia.

Finalmente, no tuvieron más remedio que hacer la llamada. Los de asuntos sociales no tardarían en llegar, ellos sabrían como hacerlo, sabrían como conseguir que la vieja profesora abandonase el edificio, para que ellos pudieran empezar a trabajar. Había oído decir que tenia unos familiares lejanos en el interior, quizás ellos pudieran hacerse cargo. Aunque lo dudaba, quería mantener al menos esa esperanza.

¡Gracias!

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